martes, 20 de julio de 2010

GALLIVARE

Sobre los raíles roídos del viejo ferrocarril, desde el mismo puente que me vio llegar a Gallivare, estoy despedazando cada hoja del largo itinerario a este desierto lugar ; vuelan y descansan sobre las piedras y el carbón que atravesaron la taiga y el infinito pinar del que solo se estremecían los mosquitos entre aspavientos de desolación.

Mi mirada atraviesa un viejo circo de verano olvidado en el letargo de los oscuros inviernos. Siento como tiembla el puente atraído por el magnetismo del sol perpetuo en el horizonte,cara a cara, vientre a vientre, sin alimento que ciegue mi estomago.

Son las 12.17 minutos de la noche y espero que el tiempo pase en este lugar en el que  cada vez pasan menos cosas, cada vez pasa menos el tren y llegan menos visitantes...soy un visitante inmortalizado por la mirada traviesa de las adolescentes mientras los chicos se dedican a circunscribir sobre el asfalto escudados tras las intactas carrocerías de su viejas ilusiones, el ruido del motor sobre el silencio.

Lejos queda mi recuerdo de cuando llegue aquí, tan lejos como todos los renos que vi pasar, unos tras otro, cruzando caminos y de vez en cuando girando su cabeza tras dejar de sentir la huella del viento sobre su costado.Con los codos apoyados en la madera resquebrajada del pasamano veo la imaginación en venta y solo una huida de este lugar antes de que oscurezca. 


Escribo en el aire las hojas de mi retorno,  el camino que dibujan las nubes encadenadas en penitencia por mor de un solsticio de verano en el que, el cuerpo candente se regocije en la sombra.Ya no cuento más segundos, me despediré de este lugar si bien antes me he imaginado que sería de mi mas tiempo en este lugar donde el tiempo se detiene en un largo crepúsculo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario