Son muchos días, exactamente unos 67 días sin el tornillo que me hacía falta. Todo fue un día en que no afinaba, ese era mi problema, no afinaba y por tanto todo me sonaba extraño, más bien mal. Todo indicaba que había perdido un tornillo,era evidente pero no sabía cómo. Tampoco me puse a investigarlo, si era causa ajena o no, e inmediatamente fui a visitar varias tiendas, a ver si me solucionaban el problema, para eso lleve una réplica del otro que tengo y, tras varios intentos en diversas ferreterías, relojerías, tiendas de repuestos electrónicos, y los encomendados a la causa, vi en todos un "no lo tengo, prueba..."por respuesta.
Parecía destinado a desentrañar cualquier aparato electrónico inútil en busca del tornillo perdido, pero el tiempo me encomendaba a otras labores, aunque siempre con el otro tornillo guardado en el bolsillo pequeño del pantalón por si cuasalidad encontrase un momento y un lugar donde conseguir la pareja...
Había caminado por varias ciudades sin éxito alguno, en Santander valga la desesperanza; en Madrid, alguna que otra tienda y una agencia de Publicidad donde a modo de laboratorio me dieron la idea de cómo podía ser mi tornillo, pero sin duda y como siempre, la publicidad y su impronta hiperbólica reflejaron un tornillo más grande y reluciente que el mío.
En Oviedo, todos los días de camino a la clínica oftalmológica miraba en el suelo por si me encontraba de forma rocambolesca uno igual, pero nada, lo máximo parecido que vi fue algún que otro tornillo extraído de la vía de ferrocarril rodando entre el tumulto de la huelga.
Habían pasado muchos días y ni era consciente del tornillo en el bolsillo, también la divinidad me acompañaba casi siempre y ella tuvo la gran idea de visitar un último lugar, siempre por intentarlo no se pierde nada. Me dirigí a la tienda y me abrió un pequeño y afable hombre con bata azul oscura y unas gafas postizas sobre unas de verdad, el mismo ritual de las veces anteriores, tornillo sobre el mostrador y: "Perdone, ¿tiene un tornillo igual que este?..." el hombre lo cogió con cierto interés, hasta entonces inusitado, empezó a mirarlo con recelo, luego con desafío y empezó a hablar como si fuera un matemático formulando una ecuación que diese con la medida del tornillo.
Resurgió la esperanza, el hombre abrió su cajón desastre, parecía que había estado sellado durante décadas entre el polvo metálico de las centenas de tornillos y tuercas que aparecieron. Sacó unos cuantos y empezó a aplicar su formulas con el calibrador, a simple vista había muchos que imitaban mi grosor, y tras calibrar unos cuantos, mi tornillo tenía 3 imitadores. En ese momento no podía comprobar si encajaba alguno con la clavija de mi guitarra, hasta que llegue a Santander y vi que encajo en el pie de la cenicienta, así lo calibro el pie del rey, con exactitud para poder afinar mi guitarra y llevar las notas al ritmo del Blues del Palo Pocho.
Muchas gracias a la tienda Corchea que, aunque mi destino no fue comprar el saxo expuesto en su escaparate y que tanto contemple de camino a la facultad, está vez me llevo a encontrar algo más importante si cabe, la esperanza.
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