Salimos a eso de las 12 de la mañana rumbo a la cascada del Asón,al volante nuestra conductora Frida, ella siempre muy cauta; el día amenazaba con lluvia y poco tráfico de camino a la cumbre del puerto de Alisas, algún que otro ciclista escalando y poco más.Tras dejarnos caer, llegamos a la ruta Asón que nos llevaba de camino a la cascada; con las botas puestas empezamos a caminar y pudimos observar forasteros de más allá de la frontera haciendo la misma ruta.A medida que avanzábamos teníamos a familias enteras de forasteros aprovisionadas en su pequeño deambular por la ribera del rio, era como un domingo sin ser domingo, tal vez viernes de resurrección que es casi lo mismo.
Por momentos estábamos solos, con rachas de gélido viento que se te cuela por tu espalda húmeda de tan abrigada que está. Merecía la pena seguir la ruta para llegar a ver la cascada, mirada al frente otras al paso, siempre dependiendo de si te tropiezas o bien con un forastero o con alguna piedra. Proseguíamos el camino, la odisea,era cansancio, hambre, espalda húmeda y cada vez más obstáculos hacía la cascada, se contaban con los dedos de las manos los pasos sin ver una persona, cuando ya estábamos llegando a la meta, el camino estaba colapsado,era tanto recorrido el que habíamos hecho y tanta gente por delante por a ver el gran chorrazo, que al final, aconsejados por unos amigos, nos decantamos por volver al punto de partida.
Esto me recordaba a la cola hasta llegar a la Capilla Sixtina,si uno tiene la oportunidad, es mejor ver las cosas sin más murmullo y compañía que el de la naturaleza y no apelotonados cual ovejas.Aún así,sin ver la cascada, dejandola para otra ocasión más apropiada, el paseo mereció la pena,sin duda lo importante fue el camino y no la meta ya que fuimos recompensados con un buen cocido montañes y sobre todo una excelente compañía.
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